En una conversación con un periodista y un filósofo hace unos meses el periodista preguntó ¿quién está pensando hoy los grandes temas de la humanidad? Y comenzamos a responder nombres de filósofos y sociólogos, pero nos dejaban insatisfechos. La persona era Francisco. Él ha abordado los grandes preocupaciones de la humanidad en sus encíclicas dirigidas no solo a los cristianos, y lo ha hecho con esperanza. En un mundo en que cada uno va a lo suyo y nos vamos disgregando él nos habló de la fraternidad y de la amistad cívica. Tantas veces llamó la atención sobre una economía que produce personas descartables, y proponía una economía que pusiera en el centro a las personas, y en un mundo en el que vamos destrozando el hogar que nos sostiene, él nos llamó la atención sobre el cuidado de la casa común.
Y para la Iglesia, Francisco ha sido aire fresco. Nos ha acercado más a Jesús, nos ha invitado a vivir la alegría del Evangelio en una Iglesia en la que quepamos todos, sin excluidos. No es fácil encontrar a alguien que tiene una sensibilidad tan exquisita para acoger a las personas, dedicarles tiempo, afecto y atención y al mismo tiempo ocuparse de lo macro, de los grandes problemas. A Francisco no sólo le importaban los pobres en general, también le importaban en particular, persona a persona.
Su fuerza apostólica le hacía desear ir hasta el fin del mundo para llevar consuelo. De Francisco me quedo con su profundidad espiritual. Como jesuita ha cumplido la misión que le encomendaron, ha sido fiel compañero de Jesús. Su secreto podría estar en que vivía del Espíritu, se acercaba a las personas y a los problemas con corazón, con afecto, y buscaba soluciones concretas, también tenía sentido práctico. Sabía que el don del Espíritu es para encarnarse en bien de las personas.
Juan Antonio Guerrero.