El monte es también el lugar de lo sagrado, el lugar de la revelación y del encuentro. El Señor nos llama para subir al monte, como Moisés, antaño:
«Yahvé dijo a Moisés: Mañana subirás al monte Sinaí y te quedarás allí en la cima del monte… Talló Moisés dos tablas de piedra como las primeras, se levantó muy temprano y subió al monte Sinaí, como le había mandado Yahvé…
El Señor descendió sobre una nube y se quedó junto a él, y Moisés invocó el nombre del Señor» (Éx 34,2-5) Jesús y los tres amigos suben también al monte, el lugar de la revelación, para orar. Y en la oración se da el encuentro con la luz. Jesús, aun en la oscuridad de su camino a Jerusalén, en su misma humanidad, es luz, aunque sea luz escondida. Esa es su verdad. Entrando en la interioridad encontramos la verdad, el bien, la alegría, la felicidad, que es la entraña de Jesús.
Como en Jesús, hombre como nosotros, en nuestro “yo” hay más que “yo”. Somos un pozo en cuya profundidad podemos encontrar la verdad. Sólo encontrando esa verdad encontraremos la verdad del mundo.
. Oramos Para estar contigo, me libero de la alforja (mis preocupaciones); me quito las gafas (mis visiones); olvido mi agenda (mis negocios); guardo la pluma en el bolsillo (mis planes); arrincono el reloj (mi horario); me despojo de mi ropa (mis ambiciones); me desprendo de mis joyas (mis vanidades); renuncio a mi anillo (mis compromisos); me quito los zapatos (mis ansias de huida); dejo, también, mis llaves (mis seguridades); para estar sólo contigo, el único verdadero Dios.
Don Tomás Priego Martínez.